
Hera y yo andábamos picoteando primavera, el mes emergía florido y nosotras seguíamos su aroma como una abeja sobre el néctar. Estábamos en Mayo, el de las flores, el polen, las semillas, el pétalo al viento.
En una cestita de mimbre, con una mantita vieja, viajaban cuatro cachorros, quiso el destino que así fuera. Su cuidadora iba a exponerlos a una feria para encontrar un hogar a cada uno de aquellos retoños. Yo los cogí con la mano, eran suaves y amorosos y sobretodo muy flacos. Tenían veintiún días. Solid no era ni el mas grande, ni el mas guapo, ni siquiera el mas lustroso, pero tenia un deje vagabundo, un caminar amigo y una gracia en los ojos, que me gustaron. Era distinto a sus hermanos, su manto era oscuro, sus orejas gachas caían desmayadas en cascada. Parecía un minúsculo esqueleto con alas. Cuando nos despedimos deseándoles suerte solidaria, Solid se puso a perseguirnos y era tan pequeño y había tanta esperanza en sus andares que decidí adoptarlo.

Es mi pastor un buen amigo, entregado, inteligente y prodigo en caricias, celoso, obediente y con un punto de malicia, el justo para no enojarme.

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