lunes, 13 de abril de 2009

NABAT





Salimos como cada mañana con la primera luz del alba. Nos gusta correr y retozar sin molestar a nadie y muy especialmente nos apetece estar solos y gozar de nuestros largos paseos por la playa. Somos cuatro, Hera mi vieja boxer, Solid mi elegante y siempre jovial cruce de pastor alemán y Xaloc mi precioso gos d’atura aranés, eterno adolescente, pelanas enorme, fruto de un amor pirata. Con ellos soy la mujer más feliz del mundo, presumo de mis muchachos, de su buen carácter, de su maravilloso porte, de su obediencia, siempre a mi lado, pendientes de mami, complaciéndome, animándome. Es un amor sencillo, sincero, claro, sin arrebatos, sin parrafadas. Así nos llevamos.
Andamos por descampados y calles poco transitadas hasta que llegamos a la arena y allí nos desbocamos, carreras, natación sincronizada, lanzamiento de pelota, corre que te pillo y que te pillo corre. Luego, después de un par de horas largas, ellos cansados y yo agotada al máximo, regresamos a casa.
Pero aquel amanecer del mes de abril nos tenía deparado el mejor regalo. En una franja llena de abandono, runas y hierbajos, mis muchachos se pararon en seco y olisquearon con fruición algo entre la hierba más alta. -Venga vamos. Pero nada, seguían allí plantados, con la trufa clavada en el suelo. Di un silbido, levantaron la cabeza, y a su manera me llamaron. -Bueno, pesados a ver que tesoro habéis encontrado. Lo primero que vieron mis ojos fue un retal minúsculo de forro polar, tipo borreguillo, de color blanco. -Mira que sois bobos chavales. Pero ellos insistían, Xaloc llegó a emitir un quejido, algo así como –mamita ¿pero no te das cuenta?, que lerdos sois los humanos, que falta de perspicacia, que mal olfato. He de decir a mi favor, que estaba muy mal iluminado, no había tendido eléctrico y la luz del sol era aún muy débil, era como un juego de luces y sombras y costaba apreciar aquel pequeñísimo detalle que tanto les interesaba, se trataba entonces de adivinar que caramba causaba tanto alboroto a esos zagales. Regresé de nuevo sobre mis pasos, y con la punta del pie aparté lo que hasta aquel momento no era para mi mas que un harapo, creí que el gran secreto estaba debajo y ¡¡Oh!! ¡¡ Cielo santo!! ¡¡Que delicia!! ¡¡ Un gatito, un gatito como jamás imaginé!! Un milagro de la Naturaleza. Eso era, eso y mucho más. –Chicos se acabó el paseo, volvemos a casa, ya vendremos al atardecer. Y cogí a aquel bebé desvalido entre mis manos. Su cuerpecillo suave estaba sucio de grasa y tenia unas heridas en la patita derecha y en la cola. Supe entonces que algún infeliz lo había abandonado allí, aprovechando la impunidad de la noche, un desalmado sin respeto por la vida dejó así, al azar, a un bebé tierno y vulnerable. Que lástima me dan a veces los de mi especie!!
De camino hacia el veterinario iba yo pensando que no podía quedármelo, ya tengo tres perros, hay que cuidarlos, alimentarlos, desparasitarlos, cepillarlos, ¡uf! Ya tengo bastante trabajo y bastante gasto, hay que contar también que a veces enferman. No, no y no. No se puede quedar conmigo, se estará en casa hasta que le encuentre un hogar agradable. Y mientras tanto el señor minino iba ganándose mi afecto, se agarró a mi manga estiró el pescuezo e hizo un amago de mamar mis dedos.¡Ay por favor pequeño, no me hagas eso! En la segunda esquina ya estaba yo calculando como dejando de hacer eso y lo otro podría mantener al enano. A la llegada al centro ya estaba bautizado. Nabat, si, le quedaba de perlas, tan blanquito. A veces encontrar un nombre apropiado me ha resultado muy arduo, pero Nabat salió como un arrebato, asi ¡plas!. En catalán “nevat” significa nevado y se pronuncia nabat. Y en la serie animada de la tele el perro de Chin Chan se llama Nabat. Buena señal! Nabat ya me tenía en el bote.
A la semana de formar parte central de la familia Nabat abrió los ojos. Los perros se sentaban horas y horas a contemplarlo, a veces le hocicaban amorosamente y siempre le lamían con sumo cuidado, sabían que era aún un bebecito delicado. Su nidito era una caja de cartón con recortes de papel de periódico y un par de mantitas. Por aquel entonces todos estábamos encandilados con su personaje. Tragaba los bibes cada dos horas y eso de la lactancia, créanselo, une muchííííísimo. A estas alturas ni se me pasaba por la cabeza que nada ni nadie pudiera arrebatármelo. No fue demasiado duro sacarlo adelante porque siempre tuve la ayuda de mis leales, después de las comidas ellos se encargaban de estimularle los esfínteres a base de lametazos cariñosos ¡madre mía si funcionaba! Llegaron sus primeros pasos, salieron sus dientes, abandonó para siempre la caja de cartón y se instaló donde le dio la gana, eso si, siempre donde nos tenga a la vista.
La cuestión es que mi lindo minino creció convencido de que no es un gato, esta erre que erre de que es un perro, claro, ¡si es lo primero que vieron sus ojos!. Y actúa en función a sus creencias solo que no ladra, algo es algo.
Hoy está hecho un bribón de cerca de un año, muy lejos quedó aquel renacuajo de 200 gramos. En cuanto a sus heridas, no queda ni rastro, eran superficiales y cicatrizaron rápido. No recuerda nada porque es el sinvergüenza más alegre y menos traumatizado que existe en la tierra. Sus travesuras son similares a las de un niño mimado, que lo es y mucho, no solo por mí sino mas bien por sus tres papis adoptivos que se lo consienten todo, desde que les arañe las barbas, hasta que les levante la siesta con unos de sus saltos malabares. Me arregla los armarios con el sistema de vaciado rápido, sabe abrir los cristales del baño, persigue con sigilo y tesón a las palomas que se atreven a parar en el patio, aunque no atina en el último salto, eso si, se le pone una cara de concentración que le da un aire de bizqueo en los ojos. Quiere acompañarnos en nuestros paseos, y en nuestra ausencia se cuelga en la ventana exterior hasta que nos ve llegar, entonces lanza una traca de maullidos cortos y se dispara hacia la puerta de entrada, allí se restriega bien a gusto con cada uno de nosotros, entre ronroneos y lánguidos maullidos.
Ahora tiene una amiguita de su especie, ¡a ver si de una vez por todas se aclara y acepta su condición felina! Están muy unidos a pesar de que al principio le costó aceptar a Bimba la guapísima recién llegada, ¡claro, no es fácil sentirse un príncipe destronado!. Bueno, puedo pasarme años y años contado todas las gracias de mis bichitos, de los efectos beneficiosos que ejercen sobre mi persona y mi carácter, pero esa ya es otra historia. Además ¡necesito tiempo para jugar con mis maravillosas preciosidades!







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