lunes, 13 de abril de 2009

BIMBA, TIMIDA Y DISTANTE

 Dos maullidos desesperados, tres, cuatro, y sigue, sigue hasta atormentar los oídos.
Resonaban en toda la calle, inmensos, patéticos, apretados y sórdidos. Todo alrededor era silencio y aquel lamento lejano quebraba el crepúsculo y tiraba de mí. ¿Pero donde, donde estaba el dueño de esos gritos? ¿Que dolor lento podía causarlos? Seguí el hilo que trazaba aquella voz sonora y al final, temerosa, angustiada, escondida bajo una capa de pánico, en medio de un montón de maderas que los obreros guardaban para las horas de frío, vi unos ojos verdes, enormes, brillantes como lámparas encendidas. Su mirada me habló del terror que la poseía. Bajito, en un susurro suave y sosegado, arrastré mi voz hacia sus ojos que no dejaban de mirarme, extrañados y confusos, casi suplicándome que la dejara tranquila en sus últimas horas -Vente conmigo, cuéntame lo que te trajo a esta guarida solitaria e intentaremos barrar el paso a todo el dolor que llevas guardado. Alargué mi brazo al máximo, despacio para no asustarla, llegué a rozar su lomo áspero y huyó sin apenas darme tiempo a notarla. El silencio se volvió turbio y espeso, se podía respirar su miedo y su fatiga. Despejar mi pobre mano del maderamen fue tan difícil como fácil me resultó antes empujarla. Mi poca destreza y su habilidad ganaron.
-La he perdido, y será imposible atraparla, pensé rindiéndome a la evidencia de lo inaccesible que resulta, no solo perseguir, sino atrapar a un gato con solo la voluntad de ayudarle. Por momentos la noche teñía el cielo con su gran manto opaco, se me hacia tarde, los míos me aguardaban.
Salí de todo aquel complejo laberinto de obras entre tropezones y alguna que otra herida de astilla bien anclada en los dedos. Las noches de verano tienen la virtud de trepar de súbito, llenas de infinito, la oscuridad suelta su larga cabellera negra y te deja allí, desamparada i frágil. Pero, ¿Dónde demonios me he metido? Hay que estar loca para andar acechando los silencios ajenos, entonces ¿por que me siento culpable? No, no soy responsable de todo el dolor del mundo, no debo cargar con él a mis espaldas.

 Dos maullidos desesperados, tres, cuatro, y sigue, sigue hasta atormentar los oídos. No puedo ni debo abandonarla. Su voz me llama, penetra ávida y terca de nuevo, clama de lejos y me atenaza. -¿Dónde te ocultas? Ni siquiera he llegado a verte, solo he intuido parte de tu cuerpo. Giro de dirección, regreso a tu lado, tus maullidos me guían como miles de faros en la niebla espesa. Esta vez me llevas al extremo de un tubo de plástico que apenas sobresale de una pared mitad en pie, mitad derribada. Busco a tientas el final, la boca de salida que crees tener en tu fuga. Está colapsada por una piedra erguida y demasiado grande para que puedas arrastrarla, con la fuerza de tus anhelos de huida perderás la calma y vendré a ti con un arco de esperanza renovada. Cuando me acerco a ti, por encima del tubo que te guarda, te espantas y callas. Logro atrapar una sombra que bufa, alarmada, pero ya estas entre mis brazos. Eres pequeña, tan pequeña que duele. ¡Cuanto sufrimiento enterrado en la palma de mi mano!
Se obstina y entierra sus garras en mis brazos, se retuerce con todo su furia, se queja, me culpa de su estado, se lamenta, pero es tan pequeña y su dolor tan grande que cede a mis caricias y se desparrama y ablanda en el cauce de mi pecho que la guarda. Iniciaremos juntas un nuevo viaje.
-Te soltaré chiquilla pero deja que antes trate la procesión de pulgas que cubren tu manto. Las miserables caen como racimos errantes. Fue un largo peregrinaje de idas y venidas al veterinario. Flaca, desnutrida, plagada de parásitos, fue poco a poco desenredando su pelo, ahora aterciopelado y suave, dejó de ser áspera al tacto y su pelaje oscuro fue aclarándose, igual que se descuelga un alba alegre por los rayos tímidos de un sol recién pintado, ella fue tomando un color gris-azulado, brillante, atigrado, los ojos y la barbilla con redecillas blancas. También los miedos que la devoraban, igual que las pulgas y demás alimañas, fueron entregadas a la ausencia.
Pero sus ojos, esos ojos llenos de canto, aún arrastran una música lejana cargada de combates, guerras y batallas, queda un resquemor amargo, queda un dolor que asoma, como una lluvia de verano, rápido e intenso, que al momento se desvanece y apaga.
Es tímida y escurridiza, viene, silenciosa, en las tardes nostálgicas, a sentarse a mi falda, ronronea, se planta en mi regazo y como si fuera un pájaro, aletea con sus patitas delanteras, ris, ras, ris, ras, al compás de un ritmo alegre que mis oídos celebran. Y entonces, en este delirio profundo, toma sedienta mi manga entre sus labios y chupa, chupa, chupa y chupa, sumerge su cabecita y recuerda y sueña hasta quedarse dormida.
Gracias temerosa. Gracias, por envolverme en tu mundo. Gracias Bimba.













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