domingo, 21 de octubre de 2018

CAMBIO DE RUMBO



Ahora somos nómadas, exploradores de calles estrechas, desgarradas y grises. Hemos cruzado montañas cargadas de colores, de tiernos universos de vida ajena.
Pisamos caminos y espesuras. Todo es nuevo, la noche, las palmeras, la lluvia y el silencio.
Andamos sin armadura, sin malestar ni excesos, sin escapar de llagas ni de ausencias, libres, enteros, lejos del galope de las llamas y el fuego. 
Estoy en la tierra prometida, la que fue un día el hogar de mis antepasados. Donde pase veranos  anchos, suaves, alegres, en calma y sin conflictos, donde mis sentidos despertaron al germen de la vida. 
Mi abuela, en la noche clara, sentados en el porche de su vieja casa, nos contaba relatos largos, antiguos, interminables. Con voz de luna nos narraba episodios del pasado, a veces, celestes, delirantes, indomables y grandes. Otras terribles, rígidos, quebrados, enfundados en harapos solitarios. Yo temblaba asustada y caía en sus brazos. Pero su voz se enroscaba en mi sueño y dormía tranquila.  Por aquellos días la vida era transparente, ventana de geranios y pineda verde, romero, salvia, encina, todo compacto, sin cicatrices ni llantos.

Sacudo mi infancia que renace al tiempo. Nace un lamento, aparece el luto, también aquí mi hija, la que enterré y sigo buscando, fue una niña inocente que dormía en el porche, sentada en mi falda, abrazada a mi pecho. Ahora el frío en la garganta se hace insufrible, muerde mi vuelo y huyo aterrada. Es la dura impotencia de no poder hacer cambio en la nada.


Pero, ahí estamos, ahora somos simples marineros, fragantes de salitre, de algas, de brumas matinales y hermosos atardeceres, galopando entre la arena húmeda y el barro. Aquí reinamos en la esperanza y navegamos, dignos de ser amados por la crin  malherida del Mediterráneo













sábado, 4 de agosto de 2018

OLA DE CALOR

Arde el agua, arden las paredes de las casas, arden los pies y arde también el calzado, todo es un exceso y andamos malhumorados. El verde se desmaya y se pierde en el seco color de una muerte cargada. 
El paisaje sediento espera una nube errante que diga basta, que traiga la lluvia antes que sea demasiado tarde. Como una tragedia cotidiana, el árbol que ayer despertaba es ahora un cadáver, una rama seca cargada de parásitos. 
Yacen por el suelo, quebradas y marchitas las flores pequeñas, rendidas, vencidas, mordidas todas por la sed implacable.
Ni un solo lugar donde reposar al fresco, ni una sombra agradable, nada produce placer ni ansia. Solo la espera de tormenta, el deseo, el aire, la fuente, un riachuelo, el sueño de un mañana, mantiene la esperanza. 
Todo pasa. No sera distinto ahora, otras hogueras, otras nostalgias, otros dolores profundos, otros pesares se nos han cruzado y luego, algunos, los mas reposados, se apagaron. 







domingo, 22 de abril de 2018

DIA A DIA

Poder gozar del cielo, el mar y la tierra en un instante. Salir del camino marcado y descubrir otros mundos y paisajes nuevos. Ir, venir, andar, volver a correr y mancharnos sin pesares ni penas, sin castigos ni riñas. 
Descalzarme en la charca amarilla, hundir los pies en cualquier lodazal apestoso, llenarnos las rodillas de barro, retozar como críos inocentes y beber de la existencia sus sorbos lentos
Pisar la luz, oscurecer la locura de un abrazo y renacer en la noche mas clara. Confundirme, desdoblarme y respirar profundo cuando Dandy persigue a un pobre conejo en los zarzales. 
 No existen imposibles en nuestras mañanas ebrias de color y vida.