Después de
muchos años sin congregarnos alrededor de una mesa navideña, nos sentamos juntos a celebrar el gran día. Fue una escena repetida, mi familia con aroma de
invierno y abundancia, un soplo de cielo y sueño desgranado en años de grandes
tormentas y cicatrices mal cerradas.
Cuando brindamos la luz temblaba, frente a nosotros se abrió la puerta de la ausencia y no supimos cerrarla.
Las semillas del mundo me llenaron el cuerpo de vacío; tanta silla sin nadie, tanto temor al abrazo, tanta quietud, tanta sombra, tantos peces sin agua, tanto dolor inmóvil, tanto nada.
Nos contamos historias banales y a veces, algún rato, me hice invisible para enterrar penurias y tristezas.
Abrimos regalos y heridas, nos besamos y entregamos y recibimos los mejores deseos, esperanza y fuerza y alegría ancha.
Luego, cayó la noche y nos despedimos con ternura, cada cual fue a su casa y a su vida con sus recuerdos bajo el brazo.
Al entrar por la puerta me senté en el suelo con mis perros contra el pecho, abrazados, uno a cada lado, y empece a llorar.
Cuando brindamos la luz temblaba, frente a nosotros se abrió la puerta de la ausencia y no supimos cerrarla.
Las semillas del mundo me llenaron el cuerpo de vacío; tanta silla sin nadie, tanto temor al abrazo, tanta quietud, tanta sombra, tantos peces sin agua, tanto dolor inmóvil, tanto nada.
Nos contamos historias banales y a veces, algún rato, me hice invisible para enterrar penurias y tristezas.
Abrimos regalos y heridas, nos besamos y entregamos y recibimos los mejores deseos, esperanza y fuerza y alegría ancha.
Luego, cayó la noche y nos despedimos con ternura, cada cual fue a su casa y a su vida con sus recuerdos bajo el brazo.
Al entrar por la puerta me senté en el suelo con mis perros contra el pecho, abrazados, uno a cada lado, y empece a llorar.