domingo, 10 de enero de 2016

2016


Mientras el año  recién nacido llamaba a nuestra puerta, nosotros ya dormíamos. 
El universo entero temblaba con la fiesta, lluvia de luces y petardos aullaban por el cielo, circulaba el cava y se impregnaba en la atmósfera caliente de la noche última y primera. Los cantos de la gente clavados en el viento y en los huesos ebrios de licores, ansias de bailes, ciegos al son de besos sin sentido, alegría, 
 locura y música estridente.


El reloj abre sus brazos a amores y banderas, a sueños incompletos y súbitos deseos inconscientes y el mundo saludaba las doce campanadas que robarán el tiempo. Un resplandor secreto que admira y embellece las tinieblas, racimos agitados, dispuestos a vencer fracasos inminentes, tímidos prisioneros, esta noche es todo menos transparente.

El día 1, a primera hora, cuando amanece y el cielo se viste con diadema, todas las luchas comienzan de nuevo, el vacío en las miradas, los ojos sedientos, la piel amarilla y el humo inmóvil en la cabellera. Ahora las calles están estampadas de silencio, huele a resaca, a pólvora abrasada, a miseria. Nadie se saluda, nadie se conoce y asoma el miedo.


Antes que la ciudad se desperece y nos engulla en su aliento fétido. Tomamos el futuro en nuestras bolsas y andamos costa arriba, camino al horizonte, al mar desnudo, a la brisa recién peinada por la arena sin fronteras. Y no pedimos otra cosa que vivir este momento.





























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