domingo, 17 de noviembre de 2013

FRIO



Forma el mar una azucena blanca. Entramos en su cáliz con los pies descalzos, cayendo desmandados en las olas. Sus pétalos errantes golpean nuestro pecho.

Huele a invierno, a cielo matutino.

Tecla galopa salpicando luz y arena.
 Sólid, Xaloc y yo  dejamos que el agua nos anegue.

Es un momento en que la paz nos mece y la vida no duele ni se inquieta.

Ando hasta la orilla y me sumerjo en el  espacio duro,  gélido y cerrado del pasado. Allí busco a mi hija, a mis padres, a mi hermano, aquella familia que una vez fuimos y ahora se enreda entre mis dedos como harapos. De aquello queda el perfume, la abundancia y una casa vacía y desgarrada.

Pero llegan los perros trotando, húmedos, calados, indomables. Se congregan a mi lado, me inundan, me inspeccionan y lamen, glotones, mis tinieblas. Se sacuden, se secan en mi vestido y  sin malicia alguna, levantan una gaviota rezagada.
Les hablo y en cada silaba brota la esperanza del ahora. Hundo caricias en sus mantos y nacen primaveras de mis manos.
Ya está la vida dispuesta a latir conmigo, se extiende como una alfombra generosa y fragante.

Pasó el momento del espanto, tomo aire y respiro porque en nuestro hogar, el día a día es un espacio sereno y transparente. 


















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