Conozco bien la voz del duelo desnudo en la cabeza, es el
camino de un astro roto en la espesura de la ausencia reciente. El mundo pasa
escupiendo lluvia en mi garganta, me ahoga la nostalgia de no tenerla conmigo,
el pasado sonríe despiadado y estalla en el presente. Esta misma lluvia
arrastrará la pena, porque cada gota se reparte y agranda en un mar profundo
que respira vida.
Los perros de casa lo saben, conocen el secreto que brilla en sus ojos y esperan agitados esta lluvia que la trae de vuelta, navegando, extensa, por el salón del cielo purpura.
Los gatos, descubren lo oculto, abren la sombra serena y delicada de mi hija que huele a mar y a rocío.
Nos recogemos, sigilosos a la espera de su aparición muda y llega a mis sentidos repartiendo luz, risueña, colmada de alegría.
Nadie debería sobrevivir a un hijo
Nos recogemos, sigilosos a la espera de su aparición muda y llega a mis sentidos repartiendo luz, risueña, colmada de alegría.
Nadie debería sobrevivir a un hijo
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