Sacuden, bulliciosos, la soledad del día. Su ímpetu me arrastra, devora la calma, destruye la pereza, tritura el vacío amargo.
Nos instalamos en un fresco griterío y el juego empieza. Libres por el parque pisamos la frontera. La tierra húmeda huele a raíces. Se multiplica la dicha sonora. Se abren balcones y ventanas.
Hay un despilfarro de fuerza y energía envuelto en sus vestidos. Nos hundimos en el desenfreno de un paseo salvaje. Los perros, agotados, se juntan, repican las campanas y volamos al viento.
Fatigados tomamos el camino de retorno, los niños galopando, los perros salpicados de barro, jadeando.
No quiero despertar sin su inocencia.
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