Llenaremos el año con dolor y duelo y las horas de espera hasta cruzar la muerte, con olas cerradas de amor y tristeza.
Crecemos, palpitamos junto al aire espeso. Nuestra compañía es firme y se duplica en las penas, en los juegos matutinos, en el temblor del pecho que crepita, en nuestras andanzas tiernas y sinceras.
Esther, mi hija fallecida, se cuelga de mi brazo en el paseo. Mi hermosa niña, surge de un lugar cualquiera para nacer de nuevo. Siempre contenta y decidida, acaricia los perros y en silencio, regresa a mi su cuerpo etéreo. Caminaré, correré, andaré caminos viejos, mientras pueda verla.
Cada día el mar nos recibe desprendido, cada día asoma con vestido nuevo, cada día nos sorprende y como una menuda flor silvestre nace y muere. Desemboca, ruge, cambia, hoy azul, luego violeta, rojo, plata, verde, negro, dulce, sangriento, suave o fiero, hostil, severo, andrajoso, espiral, deshojado y siempre guardador de secretos.
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