Andan fogosos, con total silencio, quieren romper la calma de los arboles secos y las enjutas semillas calientes. Tecla en el centro, muy seria, Dandy delante, enredando mis piernas. Vamos a despertar una orquesta de pequeños insectos que buscan la sombra, escondidos en el follaje denso de un verano de frente sudorosa y cintura de fuego.
Dejemos que arda el recuerdo bajo el llanto débil del infierno, mientras las ramas rotas se estremecen con los sueños.
Pisemos la hierba labrando la imagen dramática de la lucha que somos, del día a día, de la vida quieta, de las sombras que cruzan el vértigo, de los pétalos que germinaron, que fueron hijos y hoy reposan en los ovarios oscuros de la tierra.
Debemos deslizarnos y crecer y vacilar apenas sin saberlo. Debemos desgreñarnos y cansarnos por las veredas de dolores anchos, propios, ajenos, tristes y sedientos, hasta llegar al pecho del rocío, del agua colérica, de la piedra repetida, de la árida puerta que tal vez espera.
Pasó el verano y con su muerte, luce una luz violenta en el cielo, huele a lluvia, a frescura reciente, a castañas salvajes, a bronce amarillo, a cobre rojizo, a racimos verdes. Ycambia el universo sin buscarse, y el mundo se sumerge en aromas púrpura y ocres intensos, y todos nos recogemos en las paredes de casa, en los muros quebrados de nuestros huesos.
Atados a las calles estrechas del olvido, sus cuerpos tibios me parecen vigorosas banderas cargadas de esperanza nueva.